jueves, 23 de octubre de 2014

Juventud, sociedad, dificultad.

En este pequeño artículo me gustaría referirme a las vicisitudes y dificultades que encuentran los jóvenes hoy en día en el proceso de poderse configurar una identidad y un proyecto vital sólido.

Por una parte, cada vez parece más difícil encontrar referencias de autoridad e identidad sólidas que permitan identificaciones con las que los jóvenes se puedan orientar para elegir como hacer con sus vidas y poder decidir como ubicarse respecto de su profesión, familia de origen y posible nueva familia, desarrollo personal etc

Se produce un efecto que tiene que ver con la inmediatez, con la idea del consumo fugaz, que lo satisface todo, aunque solo sea una ilusión momentánea. 

Parecería que socialmente se transmite un mensaje que tiene que ver con que todo se puede conseguir, que no habrá que renunciar a nada, y que además, ello pasará por una necesidad de no pensar, de no elaborar sino de consumir cada vez de manera más intensa, con tal de no permitir que no se sientan y afloren las necesidades y carencias, que pensadas y elaboradas de otra manera más constructiva, con más pensamiento, posibilitarían otras resoluciones mejores de los enigmas, incógnitas y contradicciones humanas.

Por el contrario, estamos en el discurso de la no-contradicción, del horror a ver y soportar lo que no encaja: aquellas cuestiones humanas difíciles, desagradables o dolorosas, tienden a ser negadas o falsamente satisfechas con algún objeto del mercado -y en ello la hipertecnificación, aunque provenga de la ciencia tiene una responsabilidad importante-

Hoy en día parece que aquello que se pueda conseguir pasa por necesidad por la idea de que es algo mercantilizable, comprable y consumible -un máster más, un aparato tecnológico mejor, un actividad física para un cuerpo mejor...-. Lo que nos sumerge en la idea de que a la hora de paliar las necesidades, aspiraciones, incógnitas y déficits personales todo pasa por el consumo, que al final es un acto en el cual no hay mucho pensamiento ni mucha capacidad para la autoreflexión: sino tratar de llenar algo que se siente como algo que falta, un vacío,  con lo que se supone que lo satisfará completamente, aunque luego no es así.

Así vemos que el modelo socioeconómico imperante no ayuda a pensar con mayor profundidad muchas de las cuestiones clave de la vida, sino más bien a obturarlas -y cerrarlas- con la ilusión instantánea de que algo consumible que nos aporta el mercado nos satisfará; pero claro, esa ilusión se desvanece.

Por otra parte, se hace difícil que los jóvenes de hoy en día puedan imitar en algún sentido a sus padres y a las generaciones anteriores, como modelos identificatorios, dado que resulta que las condiciones del juego económico no son las misma ni las más adecuadas para poder reproducir lo que los padres, abuelos... han conseguido de la vida.

Hoy en día predomina la visión de que el propio trabajo es más que nunca un factor más de la producción y cuesta tener en cuenta las necesidades humanas que hay detrás de el en las relaciones laborales, que como sabemos cada vez son más inestables, fragmentarias, volátiles...

El desarrollo y curso del mercado laboral parece no ir a favor de la construcción de proyectos personales sólidos y duraderos, y en este sentido, me pregunto: Si el mercado laboral no sirve a las necesidades de las personas, ¿A quien sirve? ¿Para qué sirve? ¿Es un bucle que se sirve a si mismo?

Es por todo ello, que a la par que se considera a la juventud una etapa de plenitud de la vida, considero que los cambios sociales, pensados de manera amplia, están dificultando el panorama para el esbozo de un proyecto vital sólido, tal como lo habían dibujado las generaciones precedentes. Creo que este cambio ha sido muy rápido, quizás demasiado, y nos habla de la necesidad de las personas jóvenes actuales y futuras de ir encontrando su propia manera de hacer las cosas y transitar por la vida, -como todas las generaciones lo han hecho siempre- aunque siempre es más sencillo teniendo maneras de aprovechar lo que han hecho las generaciones anteriores. Quizá lo que yo puedo ubicar como preocupante, es que las maneras que se proponen de ir avanzando y construyendo en la vida, tienen que ver con pensar cada vez. menos por uno mismo.


viernes, 10 de octubre de 2014

Tratamiento psicológico-infantil

Quisiera dar en este breve artículo una visión sobre como se suelen desarrollar los tratamientos psicológicos infanto-juveniles desde mi perspectiva psicodinámica.

Generalmente acuden unos padres preocupados, a petición propia, o por indicación de la escuela a solicitar ayuda de un psicólogo porque están surgiendo dificultades que no se pueden resolver.
En este sentido, el primer trabajo del psicólogo es acoger la demanda de la familia, y  a partir de allí investigar aspectos históricos importantes, esencialmente del desarrollo del niño.
Después se procede a la realización de una serie de pruebas y test, que tratarán de poder dar una visión comprensiva del funcionamiento del niño, sin etiquetas, que lo definan no solo por sus síntomas sinó por su funcionamiento en diferentes áreas, niveles de conflicto...

Si la familia comprende está devolución de resultados y puede ponerla en relación con los síntomas que se han observado en el niño, entonces se trata de llegar al acuerdo sobre como trabajar todo esto que está pasando, la frecuencia de las sesiones, el coste... La duración del tratamiento es un punto delicado en tanto en cuanto es muy difícil de predecir dada la irreductible individualidad de cada niño.

En mi manera de trabajar, mí ética profesional me impide poder garantizar resultados, ni tampoco indicar con precisión cual será la duración del tratamiento, ya que, para mi no se trata de moldear en cada niño determinados hábitos y conductas que el profesional cree que son las adecuadas, o conseguir que los padres estén tranquilos. Es mucho más que eso, en el sentido de que el tratamiento debe promover un nivel de integración de funciones y de elaboración de los conflictos que permitan a este niño manejarse mejor con la vida y sus dificultades, pero a partir de lo que el ya es, no de lo que se le intenta modificar desde fuera.

En pocas palabras se trata de ayudar a madurar psicológicamente a nivel real a cada paciente.

La fase de tratamiento en el niño tiene que ver generalmente con el juego, y como los niños a través del juego escenifican, simbolizan y dramatizan las ansiedades y conflictos que están sufriendo, esto les ayuda a liberarse de ellas.
Por ello como material necesario usualmente se utiliza una caja de juego, con juguetes sencillos de diferente tipo, y una carpeta en la que el niño pueda guardar todo cuanto haga con papel.
Este material es única y exclusivamente del niño, y nadie a parte de la pareja terapeútica lo puede manipular.
Durante las sesiones van apareciendo temáticas, situaciones y conflictos que no habían aparecido en el momento inicial.

Se va trabajando también con los padres, cada mes -o mes y medio- sobre aquello que va apareciendo en las sesiones con el niño. Usualmente también suelen aparecer aspectos nuevos de los padres que hasta la fecha no habían aparecido, y que muchas veces son importantes en el surgimiento de la problemática del niño.

Si el tratamiento progresa adecuadamente (nunca es lineal, cursa con sus crisis, momentos de avance, momentos de estancamiento...) deben ir apareciendo mejoras tanto en el mundo interno del niño, como en la realidad externa.

El fin del  tratamiento puede evolucionar de diferentes maneras. El más deseable es que este se produzca de común acuerdo cuando padres-niño- terapeuta consideran que la situación detectada en la evaluación, relacionada con el motivo inicial de consulta, se ha resuelto. No obstante pueden ocurrir otras muchas cosas: Terminar por iniciativa de los padres, justo cuando empiezan las mejoras, terminaciones cuando aquello que surge, también interpela a los padres sobre aspectos propios que se niegan a trabajar, terminar porque no se puede reconocer o constatar mejora alguna promovida por el tratamiento, abandono sin avisar al terapeuta...

Así, tras esta somera visión de como funciona un tratamiento psicológico infanto-juvenil desde la perspectiva dinàmica y relacional me despido. 

Saludos a todos y hasta la próxima

viernes, 3 de octubre de 2014

Una terapia, ¿Para qué?

Saludos a todos, me gustaría en este pequeño artículo poder establecer diferencias y matices entre lo que se considera hoy día una terapia psicológica desde el modelo imperante y perfilar cual es el enfoque desde el que yo parto cuando emprendo el trayecto de tratar de ayudar a otra persona cuando presenta un sufrimiento mental.

En los últimos decenios (desde hace unos 20 o 30 años) hemos constatado una serie de cambios sociales que han empapado a la manera de ser y estar en el mundo de las personas, y consiguientemente también al enfoque con el que se tratan las dificultades o sufrimientos que puede presentar en cualquier momento de su vida un ser humano. Son cambios relacionados con la inmediatez, la individualidad, la caída de referentes simbólicos sólidos institucionales, y sobretodo, la invasión en cada vez más esferas de lo personal de una ideología de vida marcada por la necesidad de consumo exponencial, no solo de productos, ahora también de ideales, salud, relaciones... Todo esto en mi opinión va transformando al ser humano en un sujeto de consumo, un sujeto pasivo sin iniciativa ni capacidad de cuestionamiento.

Habitualmente se suele pretender que el papel del psicólogo es el de dar consejos, recomendaciones y aplicar técnicas para tratar de corregir en algún sentido aquello que no está funcionando, cuando hay un déficit, trastorno, síndrome... que afecta a la persona. Este es el modelo tradicionala, sazonado desde hace unos años por la idea, de que cuanto más rápido y cuantas menos preguntas se haga el afectado, mejor.

En este sentido la idea de curación viene ya establecida, dado que hay un modelo de salud igual para todos, que considera que generalmente se trata de revertir, eliminar, recortar los síntomas que está sufriendo la persona para devolverla a la "normalidad". Se trataría de amoldar a la persona a una idea preestablecida de curación, lo más rápido posible, según una serie de clasificaciones diagnósticas (DSM, CIE...) en las que, solo se describen síntomas,  tampoco es muy importante quien es aquel que los presenta, su historia, su vida...

Este no es el modelo desde el que yo entiendo el sufrimiento del ser humano y desde el que yo trabajo. El mio es el modelo de la subjetividad y la singularidad de cada uno, donde el mismo síntoma o síntomas parecidos, no significan ni tiene la misma causa(s) para dos personas distitntas.

Si recortamos, escindimos, no toleramos preguntarnos por el sufrimiento y sus causas, no lo investigamos y elaboramos, ¿Podemos estar seguros de que no aparecerá por algún otro lado o de forma peor en el futuro, -a menudo puesto en un sufrimiento o afección corporal-?

En mi concepción no existe una única idea de normalidad a la que debamos ajustar a todo el mundo (incluso con un corsé de fármacos a los niños "que se mueven demasiado", con el beneplácito de la industria farmaceútica), sino que se trata de un trabajo individual, caso por caso, en el que se trata de poder elaborar el porqué de ese sufrimiento para esa persona en ese momento dado de su vida, para tratar de hacer algo distinto con eso.

Mi concepción no tiene nada que ver con decirles a las personas lo que es normal, lo que deben hacer, como se deben de comportar... Sino que tiene que ver con el proceso en que la persona va pudiendo ocupar otra postura subjetiva con respecto a eso que le pasa, preguntándose cada vez más profundamente como está implicada en todo su sufrimiento.

Es por ello, que pienso que las diferentes personas pueden optar por diferentes modelos de terapia según sus necesidades, y por ello la importancia de clarificar cual es mi posición y mi concepción, que entiende que los síntomas son un mensaje, una muestra de que algo está pasando que es necesario entender junto con el paciente, para que el pueda ir elaborando la salida, no para que le uniformicemos con una idea preestablecida para todo el mundo, lo cual consistiría también en no poder investigar que hay detrás de esos síntomas y quizás no poder acceder a partes valiosas de uno mismo.