viernes, 26 de septiembre de 2014

Los niños no son una propiedad (ni de los padres).

 ¿Cómo desde la posición de padres ayudamos a nuestros hijos a crecer como sujetos responsables  de si mismos, con sus propias energías y herramientas para enfrentarse a la vida?

Me referiré en esta pequeña entrada en algo que va más allá de los cuidados físicos que son necesarios para que un hijo se desarrolle adecuadamente y que en la época actual ya suelen ser "archisabidos".

Estoy tratando de delimitar, de cernir, algo que tiene que ver con la psicología profunda, y con la posibilidad de que los hijos se desarrollen como verdaderos sujetos, con su propio deseo, individualidad, destino -distinto del de los padres!-, algo fundamental para la felicidad de su proyecto vital.

Suele ocurrir que familiarmente, todo los conflictos -generalmente inconscientes- que tienen los padres sin resolver, afectan de una manera u otra a los hijos, esto se manifiesta muy destacadamente en el tipo de vinculo y la modalidad relacional que los padres desarrollan con cada uno de sus hijos y especialmente, no dejando que el propio hij@ desarrolle plenamente su propia subjetividad e individualidad, imponiendo o coartando su propio deseo y modelándolo con los deseos, frustraciones miedos y carencias de los padres. A menudo este proceso es muy sutil y dificilmente consciente, dado que tiene que ver con las sombras biográficas y los aspectos no integrados de los progenitores. 

Posibilitar este desarrollo de la propa subjetividad requeriría por parte de los progenitores poder asumir que no se puede "controlar" el destino de los hijos, que no son "parte" o propiedad de uno mismo, sino que son individuos separados, que harán su propia vida y que cada vez van a depender en menor medida de sus padres si las cosas de dan adecudamente, y que van a tomar sus propias decisiones vitales, que pueden gustar a los padres, o NO.

La paternidad es una función, no un derecho de propiedad, y debe realizarse con ma mayor responsabiliad posible, pero asumiendo que su adecuado desarrollo lleva a la emergencia de sujetos con sus propios valores y decisiones que no tienen porque coincidir con los de los padres.

Es muy importante poder transmitir la idea de "los padres no son los propietarios de sus hijos".
Esta afirmación puede parecer muy aventurada e incluso arriesgada, pero si la pensamos desde la psicología del desarrollo está llena de sentido y evidencia. Responde a la idea que la paternidad y la crianza son procesos al servicio de la descendencia, de los hijos, para conseguir el máximo grado de individualidad y diferenciación de cada uno de ellos, lo cual significa que los hijos puedan desarrollar su potencial y su deseo como sujetos libres de imposiciones  y de pretensiones de los padres.

Toda paternidad y crianza es un proceso que debe llevar de una mayor dependencia a una independencia progresiva hasta el momento en el que los hijos puedan levantar el propio vuelo y construir su propio proyecto de vida, en este sentido, no siempre es sencillo para los padres poder tolerar los caminos y destinos cada vez más autónomos e independientes que toman los propios hijos, ya que a menudo los padres les cargan de manera inconsciente de mandatos e imposiciones, para que de alguna manera los hijos puedan realizar o tener aquello que a ellos les faltó.
Observando este fenómeno cuidadosamente somos conscientes que implica ya un no respetar la propia individualidad del hijo: no le podemos observar por lo que es o necesita (quizá distinto de lo que los padres son o necesitan) sino con el prisma de los aspectos no resueltos de los padres (miedos, temores, frustraciones...), por lo que estamos realizando un forzamiento en la psicología del niño que le aleja realmente de poder acceder a su identidad e introduce en su mente algo  que le puede ocasionar problemas en el futuro: el desconocimiento de lo que realmente quiere o necesita, porque allí se ha puesto algo que no es de él, sino de sus padres, y esto es una causa de sufrimientos futuro muy importante.



 

viernes, 19 de septiembre de 2014

El ritmo social dificulta pensar.

Asumo que en la vida de todas las personas son habituales momentos de desconcierto, malestar, incluso a veces de angustia, que nos acompañan a todos en determinados momento de cambio o transición. 

Creo que en los últimos años, el deslumbrante escenario en el que se está convirtiendo la realidad, con su hipervelocidad, connectividad, globalidad, hace que cada vez muchas personas tengan una menor capacidad de espera, y alentadas por un sistema donde el consumo es uno de sus principales vectores, las personas se vean impulsadas a consumir, tanto bienes y servicios como conceptos, ideales... Entre ellos el de que todo es inmediato, absoluto, y que no debe requerir esfuerzo, incomodidad o sufrimiento alguno. Y si es así, ese esfuerzo, incomodidad o sufrimiento, no debe ser pensado, sino suprimido, ya que no se acepta como parte del sistema.

Me parece que todo ello conforma una mentalidad que se está extendiendo entre las sociedades occidentales actuales, dado que muchos de los referentes que había en los últimos tiempos: familia, religión, política... se están borrando o cambiando a marchas forzadas, y lo que aparece en su lugar, en algunos momentos, no parecen ser referencias que mejoren lo precedente, sino que lo que encontramos es el despiadado dictado del mercado y de un consumismo que se alimenta a si mismo.

Con ello quiero decir que anteriormente existían otro tipo de problemáticas quizás más relacionadas con la dificultad de adquirir una identidad propia y diferenciada, dado que los referentes eran muy sólidos, a veces demasiado,  y era difícil salirse de ellos; parece que ahora las dificultades van en sentido contrario; a menudo es difícil forjarse una identidad sólida en un mundo donde todo es centelleante, deslumbrante e inmediato y donde no hay tiempo para el pensamiento, la pausa y la espera: todo tiene que ser ya.

En lo que afecta a mi ocupación, esto se está manifestando en una necesidad de eliminar, recortar, escindir, todos aquellos aspectos de la vida que son incómodos, provocan ansiedad, malestar... Como si de un plumazo pudiera simplemente suprimirse todo eso.

Por suerte existen vertientes de la psicología y profesionales, que para atender y poder resolver el sufrimiento psíquico todavía consideran que es imprescindible una implicación del sujeto que padece en aras de poder investigar con la mayor profundidad posible los complejos nudos de sentimientos, emociones, vivencias que forman la compleja trama de un ser humano, para desenmarañarla de la mejor manera posible. Cada sujeto es inviolablemente un sujeto individual, con su propia historia, y por lo tanto debe ser atendido desde esa exclusiva individualidad.

Esto no va muy a favor del signo de los tiempos dado que exige tiempo, implicación y un cierto sufrimiento de la persona inmersa en un proceso así; pero sin duda los resultados son distintos de otros procedimientos que aseguran resolver el sufrimiento de manera muy ràpida (sean químicos o no). Mi pregunta sería ¿Realmente resuelven el sufrimiento estos procedimientos o lo  enmarscaran o esconden en otro lugar?

Saludos a todos y hasta la próxima entrada!